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Una Escuela Sustentable en Uruguay: inicios y transformación de un proyecto que parecía imposible

La Primera Escuela Pública Sustentable de Latinoamérica empezó como un sueño en 2012 y se hizo realidad en 2016. Hoy, a seis años de su construcción, queremos recorrer la historia del proyecto junto a algunas personas que formaron parte del mismo.

¿Nos creen si les contamos que todo empezó con el documental “El Guerrero de la Basura”, de Michael Reynolds? El arquitecto norteamericano cambió las reglas de la construcción para transformar sus edificaciones en modelos autosuficientes que están pensados para darle a las personas que los habitan los recursos y el confort para desarrollarse plenamente. Además, buscan tener un muy bajo impacto ambiental en su uso e integran materiales reciclados. Este fue el punto de partida para emprender el camino en Uruguay, que tiene la característica de haber contado con la primera educación pública, laica y gratuita de Latinoamérica. En esa combinación pudo ver la luz este proyecto, que asienta sus bases sobre los pilares de la educación y la sustentabilidad. 

Lo primero fue conformar un equipo para empezar a impulsar este sueño y trabajar desde el voluntariado en el intento por conseguir los fondos, permisos, aliados y el lugar necesario para llevarlo a cabo. Éramos un grupo de cinco amigos que le ofrecimos a la educación pública donarle la primera escuela sustentable de Latinoamérica. En esta búsqueda, llegamos a Jaureguiberry, donde empezamos a trabajar con diferentes organizaciones locales, con la comunidad y con la escuela, que ya existía y en ese momento funcionaba en una casa alquilada. Nos tomó cinco años conseguir los recursos económicos y los permisos necesarios, gestionar la llegada de Michael Reynolds y su equipo, conseguir el espacio para quienes iban a formar parte del proyecto… y podríamos seguir enumerando, pero ¿porqué mejor no pasamos a lo que fue la construcción de la primera escuela sustentable? 


Del 1 de febrero al 16 de marzo de 2016, a través de un curso de construcción para 100 estudiantes provenientes de 30 países, con más de 100 técnicos y voluntarios, construimos un edificio de 300 m2, autosuficiente en el suministro de agua y energía, con sistema de tratamiento de aguas negras y grises, y con un diseño y materiales para asegurar el confort térmico. 

Las personas que formaron parte de todo este proceso fueron clave para lograr el objetivo final y queremos contar lo que sintieron, sus vivencias y sus aprendizajes. Desde el personal educativo de la institución, pasando por los voluntarios y voluntarias, los y las estudiantes del curso, hasta las personas que confiaron en el proyecto desde el primer día. Alicia Álvarez, Lorena Presno, Matías Rivero y Lorena Muino cuentan cómo fue este encuentro. 

Alicia fue trasladada en diciembre de 2015 como nueva directora de la institución de Jaureguiberry, cuando recién había comenzado el proceso de construcción de la escuela sustentable, y ocupó ese rol durante cinco años. En ese tiempo, acompañó el desarrollo del proyecto y el primer año formativo y de proyección en cuanto a lo educativo. “Fue una experiencia enriquecedora en lo personal y en lo profesional, pero también me costó muchísimo adaptarme. Tagma fue un gran apoyo para mí en ese momento y durante los años siguientes. Eso fue muy importante”, contó. 

“Después de dos años en la escuela, pude empezar a ejercer como directora sin la carga horaria de la docencia. A partir de ese momento, dejé de estar tan desbordada y me encontré en otra postura para involucrarme más con la escuela sustentable. Surgió un proyecto educativo más allá de lo que ya estábamos trabajando con el edificio y lo que incorporábamos en los contenidos curriculares. El estar sólo como directora me permitió afianzarme más con todo”, agregó Alicia. 

“Cuando empecé en el edificio, percibí que los alumnos no estaban acostumbrados, porque es una zona balnearia. Los niños urbanos no están en contacto con la naturaleza, así que fue un proceso de aprendizaje completo para ellos y para mí como docente también”, contó y agregó: “Surgió la planificación de todos los contenidos curriculares del programa que se podían vincular con el proyecto”

“Actualmente estoy haciendo algunas suplencias dentro de la escuela y hace poco me tocó trabajar sobre los principios de sustentabilidad con los niños más grandes de la misma. Tienen muy incorporado cómo funciona todo, lo trabajado en todos los años de la escuela”, relató Alicia sobre la actualidad en Jaureguiberry. Ella fue encargada durante mucho tiempo de realizar las visitas guiadas, tarea que también realizaron Matías Rivero y Lorena Presno. 

Matías se inscribió en nuestra convocatoria y fue seleccionado como uno de los estudiantes becados para el curso de construcción. Junto a otras veinte personas de Uruguay, se convirtió en embajador del proyecto y posteriormente fundaron Envira, una organización para trabajar con construcción sustentable: “En ese momento lo sentí como un gran regalo, una oportunidad para encontrarme con algo que estaba buscando. Ahora entiendo que me cambió la vida, resignifiqué muchas de las cosas que sabía y uní mis experiencias de vida gracias a esto”. 

Lorena Presno es fotógrafa y llegó a Jaureguiberry de casualidad: durante tres días estuvo sacando fotos desde afuera del lugar porque quería registrar el proceso. Decidimos invitarla a ser parte del proyecto y a partir de ese momento nunca se fue. Estuvo durante los 45 días de construcción y se unió a nuestro equipo: “Me enteré por la radio que se estaba construyendo la primera escuela pública y sustentable. La fotografía me sirvió de herramienta para acercarme y ver qué era lo que estaba sucediendo”.

“Me puse el casco, me metí en la obra y no pude dejar de ir ni un sólo día. Fue algo muy transformador, algo que nunca esperé vivir. Si bien parece que lo estaba buscando, cuando me encontré con TAGMA y todo lo que estaban haciendo, y sobre todo aplicado a la educación, los seguí”, contó Lorena y agregó: “Tuve la fortuna de acompañar los primeros años muy de cerca y es muy transformador para los niños, docentes y comunidad que lo habita”. 

Lorena Muino fue la persona que confió en el proyecto desde el sector privado para hacerlo posible. Recibió nuestro proyecto, se enamoró de él y logró que Unilever, a través de Nevex, nos apoye en este camino, confiando en un sueño, para poder hacerlo posible: “Cuando llegaron a mí, no podía creer que la iniciativa había pasado por tantos lugares sin apoyo. Me pareció tan increíble y me generó tanta admiración lo que habían soñado, cómo había surgido y que un grupo de amigos con una idea hubiera llegado tan lejos para poder lograrla”. 

“Salí de la reunión y escribí en un vidrio ‘vamos a construir la primera escuela sustentable de Uruguay’ y ese fue el primer gran hito. A partir de ahí busqué todo el apoyo que se necesitaba. Fue todo un viaje de construcción para demostrar que era un proyecto que podía cambiar una parte de la historia, que ser la primera era algo muy relevante. Ser una razón de orgullo era la visión que se necesitaba y eso estaba ahí”, contó Lorena y agregó: “Fue un proceso lleno de vértigo que empezó a entrar en riesgo en algunos momentos. Intenté ser siempre una aliada de Tagma y generar un involucramiento en este desarrollo comunitario que era impresionante. Fue una satisfacción que me dio un punto de quiebre absoluto, haber podido vivirlo de cerca y compartir con tanta gente, ver a los niños y niñas, sus familias”

La transformación a partir de la experiencia 

“Ser seleccionado me hizo sentir más parte del proyecto. Sentía que eran un grupo de amigos felices realizando un sueño, estar cerca de ellos y ellas fue cómo acceder a participar de ese sueño”, contó Matías sobre ese proceso el proceso de cambio que implicó en su vida la construcción de la primera escuela sustentable en Uruguay. Y agregó: “Lo que me trajo la escuela sustentable fue la síntesis de un montón de conocimientos que en mi vida habían sido transitados por separado y que se unieron en el proyecto. Vivenciar eso me movió todo. Me di cuenta que se podía vivir la construcción y la educación de otra manera”.

“Me pareció que fue un proceso muy rápido y organizado, me sentí como pez en el agua. Fue un gran redescubrimiento de mis capacidades y descubrimiento de otras que no sabía que tenía. Para mí fueron dos procesos: los primeros quince fueron más rutinarios y después me empecé a dar cuenta de lo hermoso que había en lo social”, expresó Matías de los días de construcción. 

Por otro lado, Lorena Presno contó que “el proceso de la escuela se puede dividir en dos: el encuentro de personas de todo el mundo para convivir y empezar la construcción, con todo lo que conlleva, donde se da la formación de una especie de tribu y se va tejiendo una red de personas. Cuesta mucho, pero a partir de cada objetivo cumplido, la gratificación es igual de enorme. Ahí se pasa a la segunda etapa, que es ver habitada la escuela por los niños y niñas, conociendo de los principios de sustentabilidad y del mismo edificio en sí, de cómo nos cuida y lo cuidamos”. 

Este proceso determinó por donde seguí caminando mi vida y la voy a seguir caminando, porque todos los conceptos que fui incorporando sobre cómo yo quiero habitar acompañan una forma de vida que es la que quiero. Una vida más basada en la empatía y un relacionamiento armonioso con nuestro entorno y todos los seres”. 

“Todas las experiencias que trae la escuela sustentable son revolucionarias y transformadoras. La riqueza siempre estuvo en tomar los conocimientos y transformarlos en lo que necesitamos”, cerró Lorena.

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